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Los Rosacruces – Sabiduría Occidental (página 2)




Enviado por Antonio Justel



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

 

Hoy, sin embargo, mediante el auge económico, el
sentido globalizador del tiempo y tras
las soberbias brechas que apresuradamente abre ante nosotros el
conocimiento
científico, a rebufo de tan numerosas estelas, con
flagrante y estricto silencio espiritual, se abre el abismo que
un día y otro contribuye a separar más y más
la mente del corazón
del hombre. Corre,
pues, la mente sobre bancos de
datos y
análisis de laboratorio,
sobre concreciones materiales
pretendiendo saber, por lo que trata de convencerse de la
resultante de sus propios y grandes hallazgos y se convence; pero
mientras, y sin embargo, el corazón siente el impulso de
lo excelso, de aquello que, cual inexpresable luz llena de
infinitud y armonía, se expresa haciéndonos intuir
la verdad inequívoca de la vida universal y una. Es el
alma humana
pretendiendo remontarse una y otra vez sobre las limitaciones con
que, en Occidente y en todas partes, aún se encuentra hoy.
Aherrojado, pues, el corazón y callada el alma, doblegada
y, por ello, sumisa al intelecto, al hombre le resulta imposible
caminar de forma completa y armoniosa, pues es evidente de que,
con base en su rigor absoluto, la sola razón crea y recrea
monstruos. Hemos de renovar con denuedo el principio
indestructible de que el ser humano no es únicamente
fuerza bruta e
intelecto, ya que, si así fuera, no existirían los
valores
morales ni, por ende, los derechos humanos
y la vida no valdría nada, el amor no
existiría ni, por tanto, la ayuda, la compasión, la
misericordia. Con la Teoría
de Darwin y poco
más bastaría. La aspiración hacia un mundo
mejor y más elevado sería una tarea irreal, de todo
punto imposible.
Por tanto ¿ es que no hemos de hallar algún terreno
en el que cabeza y corazón, mente y alma trabajen
conjuntamente, de la mano, tornándose en unión
más elevados, más eficientes, y
proporcionándose a un tiempo mutuamente una más que
equitativa satisfacción? Y si alentamos esta
proposición es porque, siendo cierto que no puede haber
contradicciones en la Naturaleza, la
unión de mente y corazón no puede sino producir
resultados positivos en su complementariedad, en su
utilización simultánea en cuanto recursos, en
cuanto instrumentos, a la vez que asumiéndose el hombre tal
cual es. Con alguna precisión, bien podemos insertar
aquí aquella frase sabia que reza: "el
conocimiento hincha, pero el amor
construye".
La orden de los Rosacruces – Heraldos de la Era de Acuario, orden
no dogmática – que fue fundada especialmente para aquellos
cuyo elevado grado de desarrollo
intelectual les obligaba u obliga a repudiar el corazón,
estima que mediante una mente amplia y limpia, y un
corazón grande y noble, el ser humano es capaz de
remontarse no sólo sobre sí mismo y obtener el
más elevado conocimiento
acerca de quién es, sino también acerca de aquello
de que es parte integrante. De donde se sigue que, teniendo como
punto de partida que el conocimiento intelectual no es más
que el medio que lleva al fin pero no el fin en sí mismo,
es por lo que los rosacruces tratan de satisfacer al aspirante,
probándole primero, que todo es razonable en el universo y
triunfando de esta forma sobre al rebeldía inicial del
intelecto.
Porque a las inveteradas preguntas: ¿ … de
dónde venimos? ¿ por qué estamos aquí
? y ¿ hacia dónde vamos ?, qué podemos
responder. Hoy día existen muchas personas, tan embargadas
por la sequedad del intelecto, que se han negado a sí
mismas la posibilidad de lograr acceder a otra cosa que no sean
los contrastes materiales, aquéllos que aportan medidas
estipuladas previamente y fácilmente evaluables
aquí y ahora, en el contante y sonante mercadeo de la
idea y su valor en
oro.
Y frente a semejante autolimitación, frente a la quiebra humana
que representa prescindir de una parte-fundamento del ser, hemos
de alzarnos para decir, por el contrario, que nadie se
automargine, que nadie huya ni tenga miedo a la verdad, porque en
el siglo y milenio que corren no podemos abstenernos ya de
indagar, integrar y disponer de cuantos medios
estén a nuestro alcance para crecer no sólo en
la Tierra,
también en el Sistema Solar y
en los sistemas
galácticos e intergalácticos. De aquí que
entendamos la propuesta efectuada como no arriesgada, y sí
grande, digna y eficiente.
Ahora bien, lo que vamos a dar en este libro no se
obtiene por dinero ni a
plazo definido, pues capacitarse para comprobar por uno mismo la
utilidad
práctica de vida a base de conocer y disponer de los
mundos invisibles en su calidad de causas
de todo cuanto en sustancia es, supone una labor intensa y
persistente a la vez que divina. Ello es tan así que, nos
podríamos preguntar de nuevo: pero ¿ …
quién de va a osar vivir una vida recta y digna que
solamente vaya a complacerse en servir a los demás ? Es
obvio, naturalmente, que ese "servicio"
puede ser prestado de las más diversas formas y casi desde
cualquier campo, casi desde cualquier actividad; pero el paso
primero, ese paso necesario que sólo al alma propia
incumbe ¿ quién lo da ? Y si es cierto que el
hombre que consigue reconocer su ignorancia ha dado el primer
paso hacia el conocimiento, el conocimiento directo de los mundos
sutiles no es fácil, pues nada realmente valioso lo es, y
nunca podríamos repetir lo suficiente que para alcanzarlo
tampoco existen cosas como "dones", "privilegios" o "suerte",
pues todo cuanto se alcanza es resultado exacto del esfuerzo, y
todo aquello que a uno le falta al compararse con otro,
está en él, lo tiene latente en sí mismo,
por lo que podrá desarrollarlo de emplear los medios
adecuados.
Dicho lo cual, convengamos en que el primer requisito, y
esencial, deba consistir en un ferviente deseo por conocer lo
oculto, lo que está detrás del velo de la
materialidad, a fin de integrar las partes encontradas y ponerlas
por completo al servicio de uno mismo y de la humanidad. En otro
caso, cualquier hallazgo – resaltamos fuertemente este
aspecto – podrá devenir en inconveniente cuando no
en peligroso. Una buena referencia para cada acción
de vida puede escrutarse a través de: "Donde no hay
bondad, no hay verdad".
En este documento recopilatorio que de las Enseñanzas de
la Sabiduría Occidental vamos a ofrecer, no incluye
ninguna invención fantasiosa que a ciertas personas, para
un determinado período de tiempo, se les haya ocurrido
describir y vender. Lo que vamos a ofrecerles es un
brevísimo resumen – una puerta entreabierta,
siquiera – de lo que desde los primeros albores del mundo
se encuentra recogido en la Memoria de
la Naturaleza, y de aquello que, a través de cada tiempo y
de modo concienzudo, ha podido una y otra vez ser conocido y
contrastado debidamente. Este, el del presente libro, es por
consiguiente el conocimiento indirecto, el que cualquiera puede
adquirir leyéndolo
e ilustrarse meramente con él.
Y si el mismo Cristo dijo: "la verdad os hará libres",
también nos atrevemos a añadir que, sin embargo, y
normalmente, la verdad no se encuentra a la vuelta de la esquina
y que además es eterna, por lo que también su
indagación constante se nos debe presentar como un
continuum sustentado en sí mismo y por sí mismo en
cuanto que real e indestructible solución de continuidad..
En ocultismo se sabe que no se puede dar una creencia o un
hallazgo determinado de una vez y para siempre, es decir, no
existe el dogma, pues, aunque hay ciertas verdades básicas
que desde luego permanecen prácticamente inalterables,
ello no obsta para que en ningún caso quepa ignorar que
pueden ser miradas desde muchos ángulos o puntos de vista,
los cuales, unidos, y sin lugar a dudas se complementarán
entre sí vertebrando la verdad de manera más
afirmativa y amplia. En consecuencia, nunca, jamás
podremos poner término ni modo en la conquista definitiva
de la verdad total.
Por último, no queremos concluir estas palabras de
presentación sin antes mostrar nuestro respeto y
simpatía por aquellas otras "miradas filosóficas"
distintas a las nuestras, pues, por nuestra parte, bien sabemos
que unas y otras miradas podrán cruzarse, pero no crear
enemistad. Vaya para los "diferentes" y para los lectores de este
libro nuestro mejor deseo.

El autor-compilador

I

CIENCIA Y
RELIGIÓN: APROXIMACIÓN A DOS CONCEPTOS CUYOS
CONTENIDOS DEVIENEN COMPLEMENTARIOS ENTRE

– El hombre posee órganos sensoriales, cuya
expresión son los sentidos, y a través de los
cuales se pone en contacto con el mundo circundante, pero una vez
que han recogido y enviado una percepción
determinada hacia el cerebro, es
éste el que en exclusiva la ha de calificar para, de
inmediato, proceder a dictaminar la correspondiente
reacción.

– Nadie ha visto jamás en términos
científicos un "campo gravitatorio", es decir, la fuerza
que actúa atrayendo los objetos hacia el centro de la
Tierra
según la ley de gravedad conocida; pero tampoco nadie ha
visto un electrón y mucho menos a uno de los neutrinos de
electrón, de muón o tau, y, sin embargo, se aceptan
porque lo razonable es aceptarlos a fin de conseguir explicar
determinados fenómenos. Tal ocurre cuando es producido
calor por una
corriente
eléctrica, dado que se explica diciendo que la causa
consiste en que chocan electrones contra átomos en el
correspondiente cable y que, ese choque, es el que produce el
calor que indudablemente percibimos. Y ya que hablamos del calor
¿ alguien lo ha visto deambular alguna vez de acá
para allá ? en cuanto entidad ¿ alguien lo ha visto
detenerse en alguna parte ? El calor, pues ¿ no
será en nosotros sino una mera sensación o
detección a la que hemos tenido a bien denominar mediante
el término "calor" ? Por tanto, en base a estas cosas, o
en base a la observación de ciertos fenómenos, es
que se elaboran leyes de física o, en su caso,
se formulan teorías.

– De otra parte, existen cosas que ni siquiera pueden
ser percibidas, más aún, sin que puedan siquiera
ser inferidas (ni siquiera a través de determinados
efectos derivados de la más reciente observación
astronómica) y es aquí donde la religión es capaz de
venir en nuestra ayuda para ser aceptada, puesto que ninguna Gran
Religión ha sido meramente inventada ni por capricho ni
nacida de la casualidad, sino que todas y cada una han sido dadas
consciente y proverbialmente por quien podía hacerlo y
para quienes las necesitaban en ese momento de sus peculiares y
concretas carreras evolutivas. En consecuencia, tanto el ser que
nos ha prescrito cada religión – Jehová – como sus
"delegados", se encontraban uno y otros absolutamente capacitados
para la percepción y desciframiento de los mundos
suprafísicos, mundos en los que radican las verdaderas
causas, aquéllas que posteriormente darán lugar en
el ámbito tridimensional tanto a los hechos como a las
concreciones materiales que de cualquier tipo pueda tratarse.
Algunos de los delegados han descrito con exactitud leyes que
rigen estratos del mundo no visible y han considerado oportuno
proporcionárnoslas para beneficio de nuestra marcha
terrestre. Por ello, y en un primer estadio, la fe se torna
irremediablemente necesaria para poder
acercarse a la lógica
que concierne a los acontecimientos con todo el compendio de sus
respectivas leyes.

– Los hombres observamos la relación
causa-efecto, ciertamente, pero de ordinario no podemos hacerlo
respecto de las causas de naturaleza espiritual, que son, como
acabamos de señalar, las verdaderamente rectoras no
sólo de cuanto toma cuerpo y existencia, sino a la vez de
cuanto en ello y a través de ello acontece en nuestro
mundo.

– Sabemos bien que si, por ejemplo, la masa Alfa
actúa físicamente sobre la masa Beta, Beta, como
respuesta, actuaría a su vez sobre Alfa con una fuerza
igual y opuesta. Por tanto, en coherencia con la máxima
analógica y hermética de que "como arriba es abajo
y como abajo es arriba", podemos colegir que si Pedro llegase a
actuar sobre Juan en cualquiera de los planos no visibles, ya
fuese en el emocional, en el mental o espiritual, aquella
actuación o fuerza ejercida sobre Juan retornaría
sobre Pedro y, en algún momento, de uno u otro modo,
sería percibida por éste.

– Por tanto, debidamente razonados y explicados,
determinados contenidos religiosos no vendrían a ser sino
un adelanto científico basado en la fe para, ya, en un
momento posterior, poseer todos la capacidad de percibir y
comprobar cuanto acabamos de exponer. Por consiguiente, ciencia y
religión – en compañía del arte, en cuanto
que configuración y expresión de la belleza – deben
entrelazarse y ser complementarias a fin de conformar la misma y
única cosa: el mundo, el universo.

– Científicamente, todo cuanto pueda ser puesto
en movimiento,
pesado o medido, o en otro caso, sentida su resistencia,
puede ser tenido por existente, del mismo modo que es considerado
real el sublimado capaz de recuperar la masa previamente
poseída: tal el vapor de agua que
procediera de un kilo de hielo. Pero ya, en 1905, Einstein lo
resolvió con su famosa ecuación de E = m.c2 (al
cuadrado) y actualmente sabemos que la masa se puede recrear a
partir de una radiación
electromagnética en los denominados "eventos de
producción de pares", mediante la
generación de un cuerpo y su correspondiente anticuerpo,
así como, de manera inversa, ambos habrían de
desaparecer al encontrarse, permaneciendo únicamente la
radiación electromagnética sin residuo de masa
alguno. El resultado consiguiente habría de ser que, dicha
radiación, conservada sin merma, sin pérdida, y en
cuanto que masa-energía, podría, o bien dar paso a
la reobtención de la masa primitiva, o bien a ser
considerada tan real como las partículas o masa de que
procede.

– En el ámbito científico se ha admitido
que todo aquello que tiene capacidad para variar el status en
sí mismo o de otras cosas, es debido a que dispone de
energía, por lo que se dice que es real, que forma parte
de la realidad. Sin embargo, existen personas que pueden ver
perfectamente las ondas
electromagnéticas en sí mismas. ¿ Recuerdan
… ? Sin masa.

– Hacia 1820 Pierre S. Laplace
llevó a cabo una afirmación con las siguientes
características: "… conocidas que fuesen la
posición y velocidad de
cada una de las partículas del universo, podríamos
predecir…, todos los acontecimientos futuros". En su
virtud, gentes de buena fe creyeron que todo se encontraba ya
determinado y que, por tanto, el hombre no tenía control alguno ni
sobre sí mismo, ni sobre el futuro de lo que le rodeaba
tampoco ni sobre el mundo. Desde el campo de la ciencia, ello
habría de constituir, evidentemente, un aldabonazo de
primera magnitud para las conciencias religiosas a lo largo de
todo el siglo XIX. Tendríamos que esperar hasta 1927 para
que Werner Heisemberg construyese el Principio de
Indeterminación para rebatir aquella tremenda
teoría de Laplace, al concluir afirmando que resulta
imposible determinar con exactitud tanto la posición como
la velocidad de una partícula de forma
simultánea.

– Resulta sobradamente obvio que, ni en su estructura ni
en su funcionamiento, la verdad puede albergar
contradicción alguna, por lo que, una vez hayamos
alcanzado conocimiento suficiente, podremos darnos cuenta de que,
en efecto, en su lento caminar, la armonía reinante entre
ciencia y religión es perfecta o logrará ser
perfecta. Así, el ya citado Principio de
Indeterminación, provocó la aparente paradoja de
que el pensamiento
científico pudiese acercarse sin horror y de manera serena
a la premisa religiosa no sólo en cuanto hace a la
interacción de espíritu y materia, sino
también en lo tocante al postulado religioso
último, acerca de que el universo (cristalizado o no) no
consista en ninguna otra cosa sino en espíritu
mismo.

– El hombre no es una máquina, no es un androide
propiamente dicho, con sus correspondientes connotaciones. Los
humanos actuales no somos ni siquiera animales ni
supuestas plantas de tipo
alguno, mucho menos minerales bajo
determinada condición, y, ello, aunque dentro de nosotros,
en cuanto recapitulación de otras edades, contengamos (sea
permisible decirlo así) un "pak" a modo de simbiosis de
todos los reinos. Es cierto
que en un tiempo pasado hubimos de asumir estadios que nos
depararon ciertas "similitudes" con los minerales, las plantas, y
con posterioridad con los animales, pero sin que de ningún
modo pueda desprenderse de aquí una identificación
cerrada que se hubiese dado en tiempo pasado, puesto que cada
oleada de vida conlleva su propio ser, su propia circunstancia, y
su propia conciencia y
condición. Así, las máquinas
actuales, las que el hombre diseña y construye,
únicamente albergan materia y forma porque la mente del
hombre atraviesa su estado
"mineral" y sobre el mineral trabaja; sin embargo, en el devenir,
si bien aún lejano, el hombre podrá proporcionar a
sus máquinas vida propia y, por tanto, capacidad de
movimiento; incluso podrá más tarde dotarlas de
sentimiento, de emoción y deseo, para, últimamente,
tras haber traspasado eones de evolución, tener el privilegio de dotarlas
de mente germinal, a fin de que se encaminen, cual nosotros
mismos, a su consecución de dioses. De aquí que, y
primeramente, las máquinas de ahora mismo, las actuales,
al compás de una transformación paulatina, hayan de
convertirse en algo "similar", que no idéntico, a las
plantas; alcanzarán posteriormente un status similar al de
nuestros animales actuales, y por último – dentro del
presente plan y ciclo –
acceder al de seres humanos. Y la pregunta que quizá
cabría demandar en este instante sería: y ya
humanas ¿ qué espíritus habitarán
dichas máquinas, espíritus que el mismo hombre
creará ? Pero la respuesta habría de ser
contundente: no, puesto que los espíritus, cual chispas
desprendidas de su llama o llamas no nacen, sino que
están; por lo que cada máquina será habitada
(como nosotros habitamos nuestros cuerpos) por el espíritu
que, de acuerdo con su status evolutivo precise de ella para
vivir, adquirir experiencia y continuar evolucionando.
Será justo aquí, en el momento en que el hombre
esté capacitado para dotar de mente a las máquinas,
cuando realmente alcance la perfección prevista para
él conforme al plan evolutivo diseñado y llevado a
cabo por Dios, es decir, se habrá transformado en un
creador y, por tanto, habrá conseguido hacerse semejante a
su Padre. A partir de esa consecución, infinitas y
esplendorosas metas se abrirán de nuevo ante
él.

II

DEL PORQUÉ
DE LA RELIGIÓN Y LAS RELIGIONES

No cabe duda de que, para que el hombre contacte y asuma
una creencia religiosa, debe tener algo dentro de sí para
que aquella relación pueda ser establecida, no de otro
modo podría ello producirse, hecho que recuerda al
diapasón que podría vibrar con otro si ambos se
encontraran sometidos a semejante modulación
o temple. Por tanto, que una religión externa y concreta
puede constituir un instrumento – diapasón mayor – al
servicio del hombre, es un aserto que actualmente apenas si
merece digresión alguna, puesto que, en su abundamiento,
disponemos de variadísima experiencia humana. Sin embargo,
y por otro lado, podríamos aseverar sin posibilidad
práctica de error que no existe ninguna religión
superior a la verdad. Pero ¿ cómo llegar a la
verdad ? Es indudablemente cierto que, aparte de poseer el hombre
el correspondiente interior callado, cual diapasón a
despertar, nadie es capaz de avanzar si no recibiese ayuda
externa. En consecuencia, los cuidadosos y vigilantes
guías de la humanidad nunca han dejado de proporcionar los
medios adecuados por medio de los que pudiese el hombre ponerse
en contacto con el Padre celestial. Así, en el primer
momento, cuando aquél adquiere su primera conciencia en el
mundo físico y su naturaleza se expresa hacia el exterior
en su estado más primitivo o salvaje, la fuerza, en cuanto
que útil frente a los animales y otros hombres que le
rodean, puesto que lo acosan pretendiendo conseguir los mismos
objetivos o
saciar apetitos, la religión adecuada no podía
sustentarse sino en este sentimiento de violento poder del cuerpo
en cuanto mera deriva de la fuerza bruta, único al que
nuestro ser de entonces podía obedecer y respetar. Porque,
sintiéndose algún hombre u hombres verdaderamente
poderosos ¿ en realidad a quién habrían de
temer ? La respuesta es que a las fuerzas de la Naturaleza, dado
que en aquellos lejanos tiempos ellas obraban con extraordinaria
frecuencia y de forma contundente, motivo por el que, ante ellas,
de manera inevitable el hombre en ciernes se sentía
inferior y atemorizado. Esta fue la causa, y no otra, de que
comenzara a adorarlas y a propiciarlas incluso mediante ofrendas de
sacrificios sangrientos.
Así las cosas, y transcurrido el tiempo, tras la
evolución producida por medio del miedo, en la conciencia
del hombre surge la consideración de que Dios (al que se
ha identificado al fin con aquellas fuerzas) es el dador de todo,
el cual, e ipso facto, igual que lo ha de recompensar con
bienes
materiales o poniéndose a su lado frente a los enemigos si
se somete y obedece su ley, de semejante modo lo castigará
en caso contrario, pero sin echar al olvido en ningún caso
que podría aparecer y alzarse como un enemigo incontenible
y de primera magnitud. Es el tiempo en que por miedo y avaricia
le ofrenda y sacrifica lo mejor de sí mismo, sus animales,
puesto que esta posesión constituye entonces no
sólo su sustento, sino su señal de
distinción y clase, sus
elocuentes arras de auge y poder social.
Con posterioridad habría de venir una porción
evolutiva en la que al hombre iba a pedírsele que adorase
y reverenciase a un Dios de amor, un Dios por el que
deberá sacrificarse durante toda su vida en espera de
obtener una recompensa, la cual únicamente tendrá
lugar una vez haya muerto (vida en un cielo y eterna) Y ante esta
promesa deberá mostrar su fe.
Por último, hemos de llegar a una situación y
momento en que, (fe y razón unidos) una vez reconocida
nuestra propia divinidad, el bien será hecho por
convicción mental y anímica porque es lo justo, y
ya sin necesidad de castigo o recompensa alguna.
Pues bien, con la venida del Cristo se entroniza el sentido
religioso correspondiente al tercer grado de los descritos, si
bien aún no hemos dejado por completo atrás todo
vestigio sustentado en el miedo o la avaricia. Si nos detenemos a
analizar nuestro contexto actual podremos darnos cuenta de que
nos hallamos tanto bajo las leyes de Dios como de las dadas por
nosotros mismos, y todo ello con la finalidad de domeñar
nuestro cuerpo de deseos (la perversión del Ego y, por
ello, vehículo de destrucción mientras se encuentre
sin control) a través de la prohibición o el miedo
que aquéllas imponen.
Pero, si bien cuanto hemos expuesto se ha dado y aún
habrá de darse, sí es conveniente que observemos –
porque acaso este momento sea oportuno para el lector – dos
hechos no exentos de relevancia: uno, que a medida que los
pueblos o sociedades
alcanzan grados más altos de civilidad, es decir, cuando
han asumido en sus vidas diarias de relación y convivencia
aquél que su religión les demandaba, en esos
pueblos o sociedades comenzarán a aparecer
individualidades o pequeños grupos
practicantes de alguna o algunas religiones con exigencia
superior; otro, que a título personal, aquel
individuo que
se esfuerce en su fuero interno y externo por superar el status
general de su marco de convivencia, inexorablemente
tenderá a buscar un credo o haber religioso que logre
ponerle en contacto con prácticas con que él,
personalmente y en privado, esté desarrollando su vida en
pos de nuevas aspiraciones civiles que esté tratando de
alcanzar.
Ello debe conducirnos inexorablemente a constatar que el acervo
completo de las religiones
sigue y persigue tanto la estela de los pueblos o sociedades como
del individuo concreto, por
lo que, aunque en verdad toda religión se esfuerza por
"modernizarse" o "explicarse" en la mejor forma debida para
llevar a cabo la convivencia con las coetáneas exigencias
civiles, hay, sin embargo, un momento en que cualquier
religión dejará de ser instrumento de utilidad para
un pueblo, para una sociedad o un
individuo, momento a partir del cual dicha religión
será lenta y progresivamente abandonada por sus fieles y,
por ende, y del mismo modo, sustituida. Una vez que ya no quede
individuo o grupo humano a
quien pueda servir como muleta o apoyo para guiar y acrecentar su
progreso espiritual, cualquier religión de que se trate
desaparecerá, pues habrá prestado por completo su
función
y expectativas en el proceso y
economía
del mundo para que fue instituida.
Es la ocasión aquí para plantearse – siquiera
grosso modo – el porqué de la configuración de un
grupo humano prácticamente homogéneo por el cual
son desarrolladas determinadas prácticas civiles y a un
tiempo se practica por dicho grupo determinada religión.
Existen desde luego más razones o matices, por supuesto,
pero lo principal ha de consistir en saber que ello
dependerá, sobremanera, de cuándo los individuos
integrantes hayan conseguido completar totalmente sus
vehículos, es decir: el triple espíritu, el triple
cuerpo y la mente. Ésta última es, sin paliativos,
motivo determinante para la utilización de la razón
y, por tanto, y derivado de ello, motor-fundamento
para la consecución en Occidente de los ideales respecto
de la civilidad alcanzada hasta el día de hoy. Sin
inconveniente alguno podemos afirmar que "a un determinado
desarrollo de la razón, corresponden una determinada
civilidad y una semejante religión".
No obstante, las medidas tomadas por los Guías en un
tiempo concreto, a efectos evolutivos, tardan en desaparecer,
dado que siempre se solaparán (espirales dentro de
espirales) con las siguientes. De aquí que las normas primitivas
dadas por Jehová aún no hayan desaparecido en
relación con la Nueva Dispensación, o
religión de Cristo, al igual que ésta no
habrá de desaparecer tampoco en el futuro con facilidad,
sino que será asumida e integrada cuando ya, inmersos en
otros tiempos más elevados, procedamos a tomar
posesión de la que será la religión del
Padre, la cual habrá de manifestarse bajo la concisa
expresión de "Todo en todos".

III

SUCINTA
ORGANIZACIÓN DEL UNIVERSO

Poner de manifiesto con cierta claridad quién es
quién en los distintos peldaños que la Escala de Jacob
entraña, reviste sin duda una dificultad extrema. Los
nombres dados por las distintas religiones, e incluso lo admitido
por la conciencia de cada hombre, no hace sino avalar lo
áspero de conciliar denominaciones, dependencias y
funciones en
algo tan inmensamente complejo como es el universo en sí.
No obstante, procuraremos dar un detalle que permita dotarnos de
un cierto grado de inteligibilidad.
En primer lugar debemos citar y referirnos al Absoluto, Ser
Ilimitado e incomprensible, acerca del que ninguna idea, ninguna
palabra o símil conocidos pueden expresar su naturaleza;
se escapa, no tolera, no es posible la ideación y menos la
comprensión acerca de Él por el ser humano actual,
por lo que podríamos decir tan sólo que es "la
Raíz de toda Existencia". Simplemente. Nada
más.
A esta siempre existente Raíz Cósmica, Raíz
de toda Existencia se llega cuando indagamos asimismo acerca del
origen del Arquitecto de nuestro Sistema Solar, el
cual se encuentra inmerso dentro del séptimo plano, el
último, junto a millones de sistemas semejantes venidos a
ser en el principio. Para ello, uno debe elevarse aun por encima
del primer plano, allí donde radican los dominios del Ser
Supremo, EL UNO, el que procede del Absoluto desde la misma
aurora de la manifestación. De Él habla San Juan al
denominarlo Dios, de quien emanó el Fiat Creador, la
palabra, el sonido,
Aquél sin el cual nada fue hecho, siendo esta Palabra el
Hijo bien amado, el que nació de su Padre (el Ser Supremo)
antes que todo. Sin embargo, este Fiat Creador, obviamente, no es
Cristo, pues Cristo, nuestro Cristo, pertenece a la oleada de
vida de los Arcángeles, por lo que es un arcángel,
si bien el más elevado iniciado, es decir, el más
evolucionado espiritualmente entre aquella hueste, pero en
ningún caso el Gan Ser de que estábamos haciendo
mención. Y, ciertamente, tal y como dice Max Heindel, "la
palabra se hizo carne", pero no entendida como comúnmente
suele usarse, en cuanto pueda referirse a carne física del
cuerpo, sino tomando carne en relación con todo lo que es
y existe, respecto de nuestro sistema solar y aquellos millones
de sistemas solares a que ya nos hemos referido.
El aspecto Poder es el primer aspecto del Ser Supremo, del que
procede el aspecto segundo, el denominado Verbo; dependiendo y
procediendo de ambos el tercer aspecto del Logos, caracterizado
como Movimiento.
Es de este Ser Triple de quien proceden los Siete Grandes Logos,
los cuales, encontrándose en idéntico plano, el
primero, son quienes contienen y emanan de sí mismos sin
embargo todas las Grandes Jerarquías que van
diferenciándose más y más a medida que vamos
descendiendo por la Escala de Jacob o los siete planos
cósmicos existentes. Cada uno de los Logos emana asimismo
y de sí mismo siete Jerarquías, por lo que existen
49 en el segundo plano y 343 en el tercero y así
sucesivamente, pudiendo tener cada de ellas divisiones y
subdivisiones septenarias, motivo por el que al descender al
plano séptimo, en el cual se encuentran los sistemas
solares, su número se convierte en verdaderamente
enorme.
Por tanto, si nos centramos en nuestro Plano Cósmico, y al
igual que todos los demás dioses de todos los sistemas
solares del universos, el Dios de nuestro sistema solar se
encuentra en el Mundo más elevado del mismo, y de forma
similar que el Ser Supremo – "como arriba es abajo" – estos
dioses son también triples en su manifestación,
estando determinados sus respectivos aspectos por lo que
representan la Voluntad, la Sabiduría y la Actividad.
Y de igual modo sucede con cada uno de los Siete Espíritus
Planetarios procedentes de Dios, los cuales, teniendo a su cargo
la evolución de la Vida en cada planeta que gobiernan,
también su manifestación es triple y diferencian
dentro de sí mismos Jerarquías Creadoras con su
respectiva evolución septenaria, si bien esta
evolución es diferente entre ellos, dado que cada cual
emplea métodos
diversos para llevarla a cabo. Queremos reseñar que, a
medida que un Ser Planetario evoluciona y toma nuevas y
más altas responsabilidades, otra entidad viene a
sustituirle en calidad de Regentes en función del continuo
progreso evolutivo.

La Trinidad: Padre, Hijo, Espíritu
Santo

La luz es una, pero así como ésta se
refracta en los tres colores primarios
al cruzar la atmósfera –
rojo, amarillo y azul – del mismo modo Dios se expresa de forma
triple cuando se manifiesta en la Naturaleza.
Cada aspecto o color, símbolos de la Deidad, representan un
determinado principio, cuales son el Creador, Preservador y
Destructor, los que a su vez se corresponden con la Deidad
denominada Espíritu
Santo (Jehová), con el Hijo (Cristo) y por
último con El Padre, cuyas características
respectivas se encuentran cimentadas por capacidades
específicas de Actividad, Sabiduría y
Voluntad.

Espíritus de Raza

Son arcángeles, y Jehová es su mando en
Jefe. Cada Espíritu de Raza tiene dominio sobre un
grupo determinado de humanidad; también lo tienen sobre
los animales. Sobre las plantas lo tienen los ángeles.
¿ Y por qué bajo el auspicio de tales
Espíritus ?
Ello tuvo su comienzo a mediados de la Época
Lemúrica, cuando el triple cuerpo del hombre, y sobre todo
su cuerpo de deseos, debía servir para conectarse con la
mente y contener al Ego, pero, al igual que en cada momento
decisivo de la evolución, y dado el desvalimiento e
impotencia en que hubiese quedado el hombre sin ayuda exterior
alguna para guiarse a sí mismo, fue preciso establecer una
especie de tutela
transitoria que le precaviese de los riesgos
inherentes que conllevaba la evolución. En consecuencia,
entonces y ahora, hasta que el hombre pueda gobernarse
debidamente por sí mismo, su tutelaje deberá
depender de los Espíritus de Raza. Los Arcángeles
fueron la humanidad en el Período Solar, es decir, cuando
su cuerpo más denso, aquél sobre el que su estado
humano descansó – al igual que el nuestro descansa hoy en
un conglomerado de elementos químicos – estaba constituido
por el cuerpo de deseos. Obviamente, ellos son en definitiva
eminentes prácticos en la conformación y desarrollo
de dicho cuerpo, y nosotros nos hallamos tratando precisamente
ahora de construir y dominar dicho vehículo. De
aquí podremos deducir fácilmente cuán
importantes son para las distintas razas tanto Jehová como
los Arcángeles; sin embargo, y como ya se dijo, una vez
que los individuos uno a uno van alcanzado dominio y gobierno de
sí mismos, entonces, pero nunca antes, es que se liberan
de la influencia y poder tanto de los Espíritus de Raza
como en su caso de los de Tribu o Familia.
El lugar o punto de adherencia del Espíritu de Raza con el
grupo protegido está en la sangre, al igual
que ocurre con el espíritu-grupo (también
arcángeles, si bien dirigen especies animales) y el mismo
Ego, triple espíritu del hombre. Sin embargo, existe una
importante diferencia, y es que, así como el Ego
actúa por medio del calor de la sangre, los
Espíritus de Raza lo hacen por medio del aire, al
compás que entra aquél en los pulmones. De
ahí deviene la frase de "soplaron sobre la nariz del
hombre" acto por el que se aseguraba el dominio del los
Espíritus de Raza, de los de Tribu, de los de Familia,
etc. Y ellos fueron, los Espíritus de Raza, los que
condujeron a los respectivos pueblos hacia los más
variados climas y territorios de la Tierra, siendo vistos al ojo
del clarividente desarrollado cada uno de ellos cual nube
envolviendo y compenetrando la atmósfera de los
respectivos territorios gobernados. ¿ Hemos de recordar
que San Pablo nos habla del "Príncipe del Poder del Aire",
así como de principalidades y poderes, etc. ? De ellos, de
estos poderosos Espíritus, emana el sentimiento del
patriotismo, del cual, afortunadamente, poco a poco y lentamente
los pueblos e individuos acabarán por liberarse. Una
muestra
más avanzada – pues se liberarían del
Espíritu de Familia o de Casta, ambos angélicos y,
por tanto, de naturaleza etérica – sería la de
aquellas personas capaces de sentir a toda la humanidad como un
gran colectivo de seres plenamente semejantes a ellas mismas. El
típico ahogo anímico o sentimiento de
expatriación al alejarse del territorio o atmósfera
en la que dominan los espíritus protectores citados, es un
síntoma claro y contundente de la dura pertenencia que
estamos comentando.
En el ámbito del Espíritu de Raza el individuo
será siempre el último y lo primero y único
el colectivo, grupo en cuestión, y, por lo que hace a la
forma, su conservación íntegra será la
finalidad última. Recordemos en Deuteronomio, XXV: 5-10,
pues la viuda, en caso de morir el esposo sin sucesión,
debía ser fecundada por el hermano del difunto, con el
estricto fin de que la familia no
desapareciera. Casarse dentro de otra familia o casta
constituía por tanto un acto desolador y vituperado,
comportando además la pérdida de la propia casta.
Los judíos,
los escoceses y los vikingos son ejemplos comunes respecto de lo
que aquí exponemos, si bien marquen una excepción
los judíos americanos, quienes actualmente se encuentran
inmersos en un lento proceso de liberación. Igual
procedencia tutelar tiene de otra parte la endogamia, la cual
tiende a conservar la memoria de sus
ancestros a través del cuerpo vital con que se conforma la
sangre; pues cuando una sangre pura persiste en el organismo de
una familia por generaciones y generaciones, el Espíritu
de Familia, viviente en la hemoglobina, hace que las imágenes
mentales aparezcan y aparezcan sucesivamente, reproducidas por el
espíritu protector; tendiendo esta reproducción a verificarse
íntegramente en el último sucesor, quien
podrá "ver" los hechos correspondientes a sus ancestros
como si su presencia en ellos hubiese sido cierta, motivo por el
que forzosamente le ha de resultar costoso llegar a reconocerse
con la cualidad de lo que es: Ego independiente. Un caso
verdaderamente notorio en este sentido, o de segunda vista,
sería el de los Escoceses Highlanders, y también el
de los gitanos; cuanto más reducido sea el grupo,
más pura será la sangre y mayor "la vista". Ser la
simiente de Abraham constituyó en un tiempo la mayor de
las honras. Así, y en su consonancia, bíblicamente
se dice que Matusalén y otros patriarcas vivieron 900
años, cuando en realidad ése fue precisamente el
momento en que acabaron por desaparecer de la memoria de sus
descendientes y por tal motivo se dijo de ellos que habían
muerto.
Son los Espíritus de Raza quienes prevén y atienden
las necesidades de su pueblo, quienes diseñan no
sólo sus formas físicas, sino también sus
sentimientos y pensamientos e incluso su alimentación. Sin
embargo, y de cualquier modo, puesto que no tenían mente,
las razas más antiguas nunca desobedecieron los mandatos
del espíritu-guía. Los primeros que tuvieron mente
y desobedecieron tales órdenes, al casarse con las "hijas
de los hombres", fueron los semitas originales, quienes
inmediatamente fueron apartados por haber adorado a dioses
extraños y convertirse por ello en incapaces para ser
portadores de la "semilla" de todas las razas de la presente
Época Aria; ellos fueron, pues, la última raza
mantenida separada, especialmente separada, dado que poco
después, por y para el uso de la mente, y determinarse a
sí mismo, al hombre le sería dado el libre
albedrío, cual corresponde a un Ego individual e
independiente y en función del devenir en el proceso
evolutivo que aún se auspiciaba por delante.

IV

ANÁLISIS
DE LAS TRES TEORÍAS OCCIDENTALES MÁS IMPORTANTES EN
RELACIÓN CON LA RELIGIÓN

Primera teoría.- Es la materialista. Afirma que
todo es materia y que, por tanto, el hombre también lo es,
por lo que, cuando ocurre la muerte,
aquello que se fue denominado "hombre" desaparece sin dejar tras
de sí rastro alguno, ni siquiera mental. Para esta
teoría, todo cuanto ocurre en el hombre puede ser
traducido en interrelaciones de capacidades adquiridas a lo largo
de las edades y siempre debido a una suerte de azares sucesivos e
incomprensibles a través de la materia.

Segunda teoría.- La teológica. Es la
sustentada por la Iglesia
Católica. Podríamos resumirla diciendo que al nacer
cada hombre, Dios crea su alma específica la cual le
entrega, y aquél, tras el hecho de la muerte, y
dependiendo ello de sus buenas o malas obras durante los exiguos
años de su vida, adquirirá por siempre la dicha o
la condena eterna, sin posibilidad alguna de retornar para
corregir sus actos y perfeccionar su conducta y por
tanto su vida.

Tercera teoría. Es la del renacimiento,
denominada por muchos de forma indebida de la
"reencarnación". Esta teoría nos dice en síntesis
que el hombre, mediante sucesivos renacimientos, está
asistiendo a distintos cursos de una escuela con sus
consiguientes días y épocas de vacaciones o
descanso; que cada vez que renace trae consigo los frutos
acumulados de cada vida a los de la vida anterior, por lo que
sucesivamente va ganando méritos con que perfeccionar no
sólo su cuerpo físico sino también sus
vehículos espirituales, consiguiendo construir y hacer
surgir por sí mismo y de sí mismo poderes
anímicos trascendentes, y ello, de tal forma, que en un
mañana aún lejano alcanzará sin duda la
perfección tras haber acumulado los poderes que son
precisos a un dios, puesto que habrá desarrollado no
sólo sus posibilidades latentes en cuanto hijo de un Padre
perfecto, (Dios) sino que contará con la virtualidad de
hacer aportes originales (epigénesis) dada la vertiente
propia de un Yo independiente y a la vez creador. Añadir,
en suma, que esta teoría predica el libre arbitrio del
hombre en aras a la conformación de su propio destino, y
que todo cuanto le acaezca a lo largo de su evolución
será consecuencia única y estricta de sus actos
previos, dado que Dios, lanzado el Fiat Creador y
diseñadas las leyes que rigen el universo, éstas
han sido sostenidas, por lo que se recoge lo que se siembra, si
bien se considera oportuno introducir una matización, cual
es la de que prácticamente, y al final de los tiempos,
todos, y no sólo 144.000 seremos salvos, tal y como es
afirmado y defendido por la teoría
teológica.

Así, pues, es el momento de entrar directamente
en el capítulo de las comparaciones. Tras analizar la
teoría materialista, y comprobada su incapacidad para
darnos una solución válida a los esquemas que tanto
nos preocupan, cuales son los relativos a la vida y la muerte, no
tendremos más que delinear algunas de las verdades bien
contrastadas hoy científicamente para poder desecharla con
absoluta solvencia. Hoy de ningún modo podemos negar ni
siquiera poner en duda la continuidad, la permanencia de la
materia o de la energía, puesto que aceptamos su
transformación pero no su desaparición. Por otro
lado, que la mente despliega fuerza o energía se halla
también fuera de toda especulación
científica, por lo que, de existir una pregunta oportuna,
debería contener el siguiente trazado: tras el hecho de la
muerte ¿ dónde encontraríamos la mente,
aquella energía capaz de alterar el propio ser como la
propia conciencia y otras conciencias, capaz en resumen de idear
y establecer un orden antes inexistente y al tiempo vigilarlo y
mantenerlo, adónde, adónde habríamos de
acudir ? De otro lado, y del mismo modo, sabemos que los
átomos de nuestros cuerpos cambian en cada período
aproximado de siete años; por lo que, si la teoría
materialista fuese cierta, nuestra memoria prácticamente
desaparecería al cabo de tan escasos años,
quedándonos únicamente el recuerdo de lo acaecido
durante los últimos siete; y, sin embargo, es bien notorio
que somos capaces de recordar acontecimientos extraordinariamente
lejanos y nimios, ubicados en los mismos inicios de la
niñez. Si a ellos añadiésemos los recuerdos
que afloran en situaciones de trance o en las cercanas a la
congelación o al ahogamiento, tendríamos que
concluir que esta teoría no aporta explicaciones porque
simplemente no las tiene: se sume sin más en el
silencio.
Pasemos, pues, sin mayor cuidado a examinar el contenido de la
teoría teológica porque, lo que de entrada
más llama la atención en ella, es la clamorosa
injusticia que entraña en sí, pues ¿
cómo es posible que de los miles de millones de
espíritus que componen la humanidad, Cristo, enviado por
El Padre en su plan salvador, haya venido a salvar sólo y
exclusivamente a 144.000 ? Por tanto, teniendo presentes la
omnisciencia y omnipotencia de Dios ¿ es posible que
concibiese un plan de redención y salvación para
tan pocos ? La mente, en su racionalidad, y en consecuencia, no
puede admitir semejante tropelía por injusta y desigual.
Porque ¿ qué sería de los demás ? No,
por tanto, no es posible que Dios envíe a su Único
Hijo para llevar a cabo un plan divino que más bien y en
realidad devendría en un plan-hecatombe en lugar de un
plan ciertamente salvador. Es posible que lo que en verdad quiera
decir la Biblia sea muy diferente a lo que la teoría
teológica está predicando y defendiendo,
cuestión ésta que probablemente podamos examinar
más adelante.
Por último, pasemos a resaltar los matices más
brillantes o matices-fundamento de la teoría del
Renacimiento, la cual – recordémoslo – dice que a base de
encarnaciones sucesivas, y lentamente, aprendiendo las lecciones
de cada vida y acumulándolas en la conciencia personal, el
ser humano progresará hasta alcanzar no ya y
únicamente un cuerpo físico perfecto, sino un
desarrollo espiritual de magnitud extraordinaria, inimaginable
siquiera por nosotros mismos en estos momentos actuales. Es la
teoría que, asistida de la lógica e
interrelacionando entre sí todos sus aspectos, concibe y
basa su sistema en una estructura creciente y ordenada, cual es
en sí la "Evolución", la del espíritu a
través del tiempo, a lo largo del plan diseñado por
Dios desde el principio para la humanidad, un plan que de
ningún modo se desarrolla de forma rectilínea, es
decir, de forma unidimensional, como así sucedería
de ser ciertas las teorías materialista y
teológica, y ni tampoco circular, con encuadre
bidimensional, dado que siempre retornaríamos al punto de
partida sin alcanzar meta ni fin alguno. Por el contrario, y
acorde con las tres dimensiones cual está constituido
nuestro mundo, la teoría del renacimiento nos indica que
la evolución tiene su marcha en espiral, espiral simple o
doble o en pares contrapuestos, pero siempre hacia arriba y hacia
delante, volviendo y elevándose, perfeccionándose
tal y cual podemos observar que ocurre a través de
infinitas vertientes y aspectos del universo que nos rodea, el
que alberga y va proporcionando nuevos espacios a estrellas,
galaxias y demás agrupaciones cósmicas.
El ir y el volver, el mero retorno (sobre todo desde la vida a la
muerte, y de nuevo desde la muerte a la vida) – elemento
básico en el renacimiento
constituye un hecho persistente y capaz de ser descubierto por
doquier: así el día y la noche, el ciclo alternante
de las mareas, el invierno y el verano, la composición de
nuestra nebulosa solar o la de los innumerables conglomerados
cósmicos que en el espacio pueden ser observados, o
mismamente a través del diseño
de una pequeña y humilde planta: cada rama, cada tallito u
hoja van conformando el esquema en espiral de que estamos
hablando: un ir, un volver y un permanente crecer. Por tanto, y
en virtud de lo que la Naturaleza nos está mostrando
¿ podría ser posible que tal diseño
estuviera concerniendo al resto del mundo y no concerniera al
hombre ? Si la primavera vuelve y todo germina, y se expande y
florece ¿ cómo podría ser que el hombre no
volviera y permaneciese para siempre sin adquirir nueva vida, ni
nueva fuerza, ni nuevas experiencias con su crecimiento y, en
consecuencia, sin alcanzar la perfección, cual es su meta
? ¿ Es que acaso no recordamos que el mismo Cristo dijo
"¿ no sabéis que sois dioses ?" y que esto, sin la
menor duda implica perfección ? Sí, podremos
responder, pero ¿ es que no hemos conocido a referenciados
nuestros ya fallecidos, acerca de los que tenemos
convicción plena de que su condición moral y
espiritual distaba mucho de encaminarse a la de un dios ? Y es
que ¿ no sería más bien que tanto dichos
hermanos como nosotros mismos, ya muertos, ya vivos, somos dioses
en formación y que en consecuencia aquellos se hallaban
lejos aún de la condición de perfectos ?
Evidentemente la afirmación de Cristo, sus palabras,
encuadran armoniosamente en la teoría del renacimiento,
pues no de otra manera, sino retornando y creciendo
progresivamente, es decir, evolucionando, sería y es que
podremos llegar a ser superiores a los ángeles, siquiera
fuese dicho adelanto con relación a la condición o
status actual de esta hueste de luz.

V

APUNTES CONCRETOS
ACERCA DE LA COMUNICACIÓN

Aparte de la palabra y de las ondas
electromagnéticas (producidas éstas por cargas
eléctricas en oscilación o vibración) el
clarividente es capaz de observar otras radiaciones transportando
mensajes por el espacio cósmico. Por ejemplo, si alguien
tomara una idea y concentrase su atención sostenidamente,
el éter correspondiente a la glándula pineal
comenzaría a vibrar excitadamente, con lo que a su vez
provocaría otras ondas en los éteres
próximos, ondas que comenzarían a expandirse en
todas direcciones. Si estas ondas alcanzasen la glándula
pineal de otra persona y
consiguiesen hacer sobrevibrar el éter de aquélla,
el contenido vibratorio tomaría campo en el cuerpo de
deseos del receptor para enseguida alcanzar su mente y, por
tanto, dar lugar a que penetrara en su conciencia. Si la
glándula pineal de la segunda persona no sufriera
conmoción alguna, el pensamiento primero pasaría
sin más, no ocasionando ni la más leve o
insignificante percepción.
En este orden de cosas, las ondas mentales pueden ser enviadas
directamente a la mente o mentes de otras personas, quienes, a su
vez, actuarán de receptores y repetidores hacia terceros,
reforzando de esta forma el poder original de la onda captada. De
aquí se deduce que el hombre se comunica con el hombre
tanto por medio de la palabra hablada como por medio de ondas, ya
sean éstas electromagnéticas, etéricas o
bien ondas de pensamiento. Sin embargo, y mucho más
allá del campo en que actualmente están
desenvolviéndose nuestras tecnologías más
avanzadas, el clarividente educado, bajo campos vibratorios de
frecuencias altísimas, descubre otros seres vivientes
inmensamente alejados de la Tierra. ¿ Dónde, si no,
es que viven las doce grandes Jerarquías Creadoras que
tanto ayudaron y aún ayudan en su evolución a la
Humanidad ? Y el sistema solar ¿ no es acaso la
manifestación perceptible de los distintos
vehículos de Dios, a los que Él impregna con su
vida y su conciencia ? Así, pues, dentro de Su Ser tiene
lugar la existencia de un gran número de seres en sus
respectivas marchas evolutivas, seres que, en función de
su grado específico de evolución, requieren
asimismo de un entorno concreto, con una vibración del
mismo modo, definida y precisa. Por tanto, y en aras de lo dicho,
cada planeta (con su vida evolucionante en sí mismo y
dentro de sí mismo) ha ido siendo expulsado de la masa
central de la nebulosa tanto con una morfología
propia como con una distancia solar diferenciada.
Y así como Cristo y los arcángeles tienen como
común hogar de residencia el sol,
Jehová y los ángeles lo tienen principalmente en
las múltiples lunas del sistema, si bien su acción,
la de los ángeles, no tiene descanso, puesto que
constantemente se encuentran dirigiendo los procesos de
conformación, crecimiento y reproducción de las
formas en los planetas.
Volviendo a Cristo, es un rayo de su conciencia el que anualmente
penetra en la Tierra, el que renueva su vida y más tarde,
por Pascua, "resucita".. Los arcángeles, en cambio, son
los encargados no sólo de transportar los rayos solares a
los distintos planetas, sino que también dirigen a
infinidad de pueblos en calidad de Espíritus de Raza,
amén de su labor en calidad de embajadores
interplanetarios del sistema. Para ser más concisos, he
aquí el correspondiente cuadro con los nombres de estos
arcángeles-embajadores en la Tierra, junto a los planetas
que representan:

NOMBRE PLANETA

Ituriel
…………………………………………Urano

Casiel
……………………………………….
Saturno
Zachariel……………………………………
Júpiter
Samael
………………………………………
Marte
Anael
………………………………………..
Venus
Rafael
………………………………………..Mercurio

Miguel………………………………………..Sol

Gabriel (ángel, no
arcángel)….……
…Luna

Los arcángeles-Espíritus de Raza, los
cuales actúan a través de la atmósfera de la
nación,
proyectan determinadas imágenes, ideas y sentimientos,
influyendo tanto en la estructura y forma corporal de sus
protegidos como en sus lenguas, sus hábitos y modo o modos
de sentir. Sólo por medio de la voluntad es como una
persona logrará erigirse en su propio Ego rector e
independizarse de su Espíritu de Raza e incluso de Familia
(ángel)
De otra parte, los cuatro ángeles que vigilan y controlan
el cumplimiento de nuestro destino, denominados Ángeles
Archiveros, Ángeles Registradores o simplemente
Ángeles del Destino, habitan la constelación de
Tauro, la de Escorpio, la de Leo y la de Acuario. En cambio, los
ángeles caídos, los que en Occidente son conocidos
por Ángeles Luciferes, tienen su sede residencial en
Marte, siendo a ellos a quienes, a través del Cuerpo de
Deseos corresponde espolear a los humanos, a fin de que,
adquiriendo experiencia simultánea junto a los hombres,
ellos les permita elevar su conciencia y alcanzar el normal
status evolutivo, desarrollado ya, por sus hermanos de oleada de
vida, los ángeles seguidores de Jehová (la
razón de por qué se les denomina Ángeles
Caídos, es algo de lo que trataremos en otro lugar del
libro) Aseverar, por tanto, que Espíritus Virginales de la
oleada de vida que comenzó a evolucionar con el hombre en
su etapa mineral (meras chispas de una llama que es Dios) se
encuentran en todos los planetas y en sus respectivas lunas (si
bien en éstas únicamente los rezagados) puede
resultar extraño al profano, al no estudioso hasta ahora
de estas enseñanzas, aunque ello, en realidad, sea
absolutamente cierto. La conformación del universo es
mucho, muchísimo más compleja de lo que de
ordinario solemos pensar. Reflexionemos, no obstante, en el
siguiente principio: A mayor perfección, mayor
complejidad.
En consecuencia, y debido a su distancia al sol, los habitantes
de Mercurio, de Venus y Júpiter (éste con base en
el calor que desarrolla internamente) suelen estar más
evolucionados o avanzados que los pobladores terrestres. En
cambio, los que habitan Marte, Saturno y Urano, (los demás
planetas no pertenecen propiamente a nuestro sistema solar) se
encuentran, obviamente, en un grado inferior al nuestro.
Los rayos solares que los arcángeles hacen llegar a la
Tierra, tanto de forma directa como por medio de la luna y otros
planetas, contienen dentro de sí el poder de despertar
partes concretas de las personas si éstas poseen la
sintonización oportuna con dichos rayos,
permitiéndoles resonar cual diapasón bajo identidad de
frecuencia, o a través de radio con
circuito apropiado para captar la frecuencia de la onda que haya
sido emitida. Durante los meses de otoño e invierno,
Cristo, el arcángel más elevado, penetra en el
centro de la Tierra y, desde allí, hasta agotarla, emite
su fuerza de amor, su altruismo, su benevolencia y su generosidad
hacia todos.
Por medio de la plegaria, el ser humano puede contactar con los
poderes superiores, incluyendo a Cristo, a los arcángeles
y demás entidades celestes. La promesa (Mat.7:7)
está formulada y recogida en: "Pedid y se os dará,
buscad y encontrareis, llamad y se os abrirá". A modo de
complemento respecto de la plegaria, debemos señalar que,
de forma específica, cada arcángel tiene asignados
negocios y
asuntos determinados, así como que – cual canales en
la vida ordinaria – también existen "horas planetarias"
las cuales facilitarán todo pedido que se formule
ateniéndose a la hora apropiada para cada planeta, dado
que, en consecuencia, el "interruptor" o "canal afín" lo
encontraremos abierto en ese tiempo preciso y exacto y no en
otro.

VI

DE LA
SABIDURÍA

Antes de que nos dispongamos a seguir desgranando el
contenido de este "Manifiesto Occidental", desde luego conviene
que realicemos un alto que nos permita realizar algún
comentario tocante a la sabiduría. Realmente, muchos y muy
diversos serían los extractos que podríamos traer
aquí arrancados de las páginas de los Libros
Sapienciales del Antiguo Testamento, pero, en verdad, no se trata
tanto de encaminarnos y reproducir por enésima vez a
aquellos contenidos como darnos la posibilidad de, en pocas
palabras, obtener la esperanza de que tal vez hayamos podido
acercarnos a algún umbral de tan asombrosa e inimaginable
fuente de la que estamos hablando: la sabiduría.
Previamente, y en cualquier caso, es de estimar que nadie mejor
que el propio Salomón (encarnación previa de
Jesús y símbolo por excelencia del Saber) supo
definirla por medio de las siguientes palabras: tomadas de
Sabiduría, 7:25-27 " … una emanación pura de
la gloria de Dios omnipotente, por lo cual nada manchado hay en
ella. Es el resplandor de la luz eterna, el espejo sin mancha del
actuar de Dios, imagen de su
bondad …" Con paz y hondura, procúrese intuir
seguidamente lo que ha deseado transmitirnos Salomón,
concentrémonos con fuerza pues en ello e
imaginémonos aquel resplandor fluyendo con absoluta paz y
pureza de lo que Dios es (luz y amor) lo que debe entrañar
y transmitir semejante brillo, y pensemos en ello penetrando y
cohesionando con dulzura las cosas, armonizándolas y
sustentando en ellas la facultad de cohesión interior y
perfecta estabilidad, al tiempo que dotándolas con el
contenido cierto tanto de lo que es como de lo que ha de ser y el
modo en que se ha de desarrollar. ¿ No se trata en este
resplandor, en potencia y acto a
un tiempo, del compendio del bien mismo ? Los ángeles, en
cambio, obtuvieron la sabiduría en sí como un don
natural, no tuvieron por tanto que luchar por ella como nosotros
hemos luchado y continuaremos luchando por conseguir el mero
conocimiento; a ellos les fue dada la sabiduría per se,
procedente del fondo cósmico, del mismo fondo universal de
sabiduría divina.

Tras haber introducido anteriormente el término
"cosas", bien podría creerse que pudiese tratarse de une
error, puesto que, en apariencia, únicamente la mente
poseería en sí la virtualidad para la
aprehensión del conocimiento y su consiguiente
posesión. Pero, si miramos y reposamos bien las palabras
de Salomón, la mente no vendría a constituir
respecto de la sabiduría misma sino un instrumento (cual
en sí es del espíritu) para su acercamiento y
comprensión, pues que la mente no sólo indaga, sino
que penetra, siente y comprende de modo similar al
corazón. Sin embargo ¿ cuál habrá de
ser la sabiduría contenida y expresada en un cubo, una
esfera, y en todas y cada una de las figuras geométricas ?
Porque todo cuanto existe en el mundo es para ser investigado,
examinado, controlado, comprendido por el hombre y por los
hombres individual o colectivamente, dado que un creador
necesariamente tiene que conocer, comprender y dominar cada cosa
del mundo en que le ha sido dado evolucionar. Por ello, todo
cuanto ha de saberse acerca de "las cosas y su todo" se encuentra
disperso y entrañado en ellas, en cada molécula, en
cada célula y
átomo,
y el hecho de descubrirlo viene a conformar el conocimiento,
conocimiento que, sin embargo, aún no, aún no es
sabiduría. Porque aquél contiene tosca y
necesariamente los hechos tal cual tienen lugar tanto
física como espiritualmente y cuanto implican en ya en
sí mismos ya en sus efectos. Es la experiencia, una parte
de ella. Sólo, exclusivamente.
Un ser humano, con libertad y
discernimiento suficiente, se hallaría así ante el
dilema de elegir en definitiva qué hacer, qué
dirección tomar frente al conocimiento,
frente a su posesión. Porque aquí es donde se
consuma y tiene lugar el libre y pleno albedrío,
justamente en los actos que llevamos a cabo de forma consciente y
libre. Es de ese preciso momento de donde han de partir en su
caso las innumerables cadenas de causas-efectos de que se nutren
nuestros destinos amalgamándose entre sí, aquello
de que, en resumidas cuentas, se
componen nuestros karmas (acción-acciones) ya
individuales o colectivos. Por tanto, el componente moral deviene
de necesidad inexcusable a fin de alcanzar sabiduría, es
decir, el hecho práctico de poner por obra el conocimiento
en sentido positivo, en la concreta construcción y proyección del
bien.
Por lo que hace a nuestro quehacer diario, sea éste
desarrollado en la escala que fuere, para ser impregnados por la
sabiduría, es preciso sin embargo y de todo punto que este
quehacer sea amado, porque el amor – principio de
atracción y cohesión, no se olvidársenos
esto nunca – es el que produce con su fuerza el
acercamiento e interpenetración por nuestra conciencia en
relación con aquello que pretendemos conocer, y ello, ya
sea externo o interno a nuestro ser, poco habrá de
importar. Ahora bien, ese amor de que hablamos, deberá ser
un amor puro, desinteresado y humilde, compasivo y ayudador, un
amor con que instruir únicamente el bien y su tendencia a
su preservación. Daremos una referencia del Dr. George
Washintong Carver que, más o menos, viene a decir
así: " … cualquier cosa nos revelará sus
secretos si la amamos lo suficiente". Por tanto, poner un gramo
de amor crecido en las cosas con que trabajamos y que conforman
nuestra vida, es de vital importancia para la imprevista llegada
y adquisición no sólo de la sabiduría, en
cuanto tonalidad moral-espiritual específica, sino, lo que
es previo a ella, del conocimiento. De todos modos, harán
bien en bien en recordar que, en nuestro mundo, y en su
práctica diaria, "únicamente es sabio aquél
se conduce sabiamente". Sólo y exclusivamente
él.

VII

DEL PAPEL QUE JUEGA
LA HERENCIA

a) Tomando como fuente una creencia popularmente
admitida, se dice que "si un hijo llega al mundo, es porque sus
padres (en realidad gametos masculinos y femeninos) han puesto de
su parte lo necesario para que dicho hijo acceda a él, al
tridimensional, al que nos cobija, y que, por tanto, no solamente
ha tenido lugar la unión de las células
respectivas sino que, además, "alguien" ha determinado, ha
querido previamente (mediante la voluntad) que dicho hijo fuese
gestado y naciese; en una palabra, que son los padres quienes
llaman a los hijos y éstos, generalmente, acceden a ello
y, en consecuencia, son gestados y nacidos.
b) Otra creencia general y popularmente admitida es que los hijos
heredan de los padres no sólo la constitución, rasgos y calidad
física de los cuerpos, sino también aquellas
cualidades que manifestarán en el carácter, entre las que sin temor a
equivocarnos podemos citar: la inteligencia,
el buen humor, la simpatía, etc…
c) Existe a su vez una costumbre muy en uso también, por
la que cabe preguntarse por qué perteneciendo a la misma
familia, dos hermanos pueden diferir tanto en el carácter,
por cuyo motivo, y muy a menudo, líneas arriba de los
ancestros suele indagarse buscando una similitud, y, por tanto,
poder justificar el carácter de tales
descendientes.

Pues bien, vamos a intentar paliar un tanto el grado de
desviación que aparece entre las creencias descritas y la
pura realidad de los hechos.
No son los padres quienes "llaman" a los hijos, puesto que viene
a ocurrir completamente a la inversa: son éstos quienes
eligen a sus padres. Tras una estancia de soledad y descanso en
el tercer cielo (región del pensamiento abstracto, la de
las ideas platónicas) – allí donde la
entidad-hombre sólo siente que es – ésta,
decimos, recibe un impulso hacia un nuevo renacimiento. Es el
momento en que, normalmente, los Ángeles Archiveros le van
a mostrar varias posibilidades alternativas de encarnar y entre
las que debe elegir. Se trata, por tanto, de un momento muy
especial porque, una vez efectuada la elección, no existe
posibilidad de dar marcha a atrás. Hemos de aclarar, sin
embargo, que, en dicho instante, los Ángeles
Registradores, o del Destino, van a mostrarle al ente que va a
renacer las líneas generales acerca de cómo se
desarrollaría cada una de las vidas en caso de eligir
cualquiera de ellas. Por tanto, una vez vistas y examinadas, es
cuando el Ego asume alguna en concreto, encarnando para ello en
un lugar y padres determinados. ¿ Qué implica,
pues, la elección efectuada ? Que, en general, entre el
Ego encarnante y los futuros padres está rigiendo la ley
de asociación entre ellos o Ley de consecuencia para
él, lo cual se traduce en que con anterioridad, ya fuese
en la vida próxima anterior o alguna de las vidas
aún anteriores, hubo entre ellos un trato o
relación de la naturaleza convivencial, familiar o no, de
amistad o
enemistad, de deuda de servicio contraída, etc. Otra
posibilidad más nos hablará de que, en
función de la deuda de destino – karma – que al mundo
traiga el encarnante, la constitución de los cuerpos
físicos de sus futuros e inminentes padres será la
apropiada para él, puesto que de ellos ha de recoger no
solamente los genes, los cuales determinarán la estructura
de la forma de su cuerpo, pero en especial y sobre todo el de la
madre, ya que de ella habrá de recoger en exclusiva la
"calidad" de los materiales con que la estructura en sí
será construida.
Existen casos, no obstante, en que el Ego encarnante, de manera
inexorable, debe cumplir determinados aspectos de las deudas de
destino que trae consigo desde tiempo atrás. Suele
tratarse de casos en los que, una y otra vez, el Ego ha ido
escabulléndose, por así decirlo, en alguna o
algunas vidas y postergando sus débitos; dicho de otra
manera, tiene pendientes pagos que ha debido realizar ya con
anterioridad, en su tiempo, pero que, de no ser cumplidos y
satisfechos ahora, en la presente encarnación, su
evolución no podría ser posible porque con aquel
incumplimiento sistemático la ha detenido, en otros
términos, la ha hecho inviable porque la ha bloqueado. De
ahí deviene la necesidad imperiosa del pago. Es lo que
constituye el llamado "destino maduro", es decir, aquél
que no puede evitarse y que irremisiblemente debe ser cumplido.
En él los Ángeles del Destino no ofrecen por tanto
alternativas ni escapes posibles, por lo que tanto los padres
como el lugar con su hábitat
y demás directrices de vida le son al Ego impuestas sin
elección alguna.
Y dado que "lo que se siembra se recoge", hemos de decir
también que, aunque el mundo está regido por la
ley, no existe en el universo ninguna ley ciega, y que una ley
superior deroga una inferior si fuese necesario, – cual
ocurrió al ser expulsado Júpiter del Sol – porque
todo es inteligencia fluyendo continuamente y ello lo percibamos
o no. Suele citarse el caso en el que un Ego vaya a requerir para
su próxima encarnación, por ejemplo, ciertas
condiciones auditivas que sólo podría obtener de
los canales semicirculares de Cortí de unos padres que se
encuentren ya encarnados y en momento propicio para la
procreación, pero que, si el Ego en cuestión
cumpliera su estancia completa en el tercer cielo, dado el tiempo
que debiera transcurrir para volverse a encarnar, perdería
una ocasión optima, con lo cual su evolución
indudablemente se postergaría. En dicho caso,
flexiblemente, y si la diferencia de tiempo no es mucha, los
Ángeles del Destino le proporcionan la oportunidad
expuesta de encarnar, sin perjuicio de que, en otra posterior
estancia celeste, ésta le sea alargada en la misma medida
ahora pudiese serle recortada.
Hagamos notar en consecuencia que de los padres no recogemos
más que la forma, la estructura, si bien la calidad de
ésta última la percibimos de la que dispone
únicamente la madre.
¿ El carácter, por tanto ? El Ego, el triple
espíritu, (el Divino, de Vida y Humano, y no tres
espíritus en sí, sino tres fuerzas diferentes por
medio de las que el espíritu se manifiesta único)
es quien, desde el instante mismo en que entró en la arena
de la involución-evolución junto al aporte de su
epigénesis personal y a través de las edades, por
eones de tiempo, ha ido instruyendo y conformando su temple, su
modo de ser, su propio carácter. Nadie puede suplirlo
porque él es él, diferente a cualquier otro porque
dispone de propia libertad y libre albedrío, y ni nadie
puede modificárselo si él no consiente y asimismo
lo moldea. Para bien o para mal el Ego es su propio
capitán y su propio rey, su propio y absoluto rector
durante la vida y aun después, durante el lapsus que media
entre una muerte y la siguiente encarnación. A
última hora, el Ego es tan libre que incluso puede dar
lugar a lo que en términos esotéricos se conoce
como "segunda muerte", de la cual pasaremos a hablar más
tarde.
¿ Y es que acaso no hemos efectuado la observación
más arriba de la disparidad tan extrema que a veces tiene
lugar dentro de la misma familia ? Quienes se odiaron han debido
volver a reunirse para propiciar y llevar a cabo la amistad;
quien no atendió determinadas obligaciones o
deberes, deberá tal vez reunirse con "alguien" para que
aquellas atenciones, en alguna forma, les sean prestadas.
Así, pues, las motivaciones por las que los Egos pueden
volver a encontrarse son cuasi infinitas, y dado que la finalidad
más inmediata consiste en construir la fraternidad o
amistad universal entre todos los seres humanos, es obvio que
hasta que tal circunstancia no sea alcanzada, la ley de
consecuencia, o de asociación de unos con otros,
obrará en nuestro mundo de forma sistemática.
Respecto a las deformaciones congénitas, formulemos las
siguientes y sucintas aclaraciones de matiz preferentemente
científico: en el núcleo de cada célula, los
genes que allí se encuentran contienen en sí mismos
patrones de codificación en virtud de los cuales van a
constituirse las diversas proteínas
del cuerpo, y se unirán mediante cadenas denominadas
cromosomas.
Cuando la descendencia va a tener lugar, y dentro de cada
célula, los cromosomas se duplican, y estas partes
duplicadas irán posteriormente a un óvulo o a un
espermatozoide. Al unirse el óvulo con el espermatozoide
resulta una nueva célula, y, tras haberse dividido
ésta, es cuando el embrión ha de comenzar a
crecer.
Ahora bien, si cualquiera o los dos de los padres detentasen
genes con defectos, y si dichos genes defectuosos se encontrasen
en esa mitad que se trasmite al espermatozoide y al óvulo,
el niño o niña portará genes con aquellos
defectos, pudiendo padecer su cuerpo deformaciones estructurales
o tal vez funcionales.
Hay que tener presente que ya se trate del proceso de
duplicación y separación, por medio del cual son
producidos espermatozoides y óvulos, o bien se trate del
momento inicial de desarrollo del feto, si la
duplicación de un gen no tiene lugar de manera adecuada,
si los cromosomas se rompen y se reordenan de una forma
imperfecta o se pierde una porción del mismo, si son
transferidos muchos o pocos cromosomas al óvulo o al
espermatozoide, sin duda podrán ponerse de manifiesto
defectos funcionales o de estructura en el cuerpo del individuo
afectado.

VIII

PARTICIPACIÓN FUNCIONAL DE LAS
LUNAS

Quedó señalado más arriba que era
Jehová con sus ángeles, y también
arcángeles, quien dirigía el gobierno de todas las
lunas del sistema. El destino o lugar de residencia perentorio de
los rezagados de cada planeta son sus lunas. En ellas, por tanto,
impera la ley, pues Jehová es el Señor de la Ley
así como lo es de la fecundación y de todo lo tocante a las
formas y lo referente a las religiones dadas por él, al
igual que las distintas lenguas. Y es por medio sacrificio y
esfuerzo en el riguroso cumplimiento de las leyes establecidas a
los lunáticos seres evolucionantes, que éstos,
presuntamente, podrán progresar lo suficiente en su
iluminación espiritual y regresar al
planeta-madre para continuar de manera ordinaria la
evolución perdida. En otro caso, estos Egos,
irremediablemente perdidos debido a la disolución de sus
vehículos (segunda muerte) serán expelidos hacia
Urano, puerta de salida hacia el espacio interplanetario, donde
deberán esperar una oleada nueva de vida con la cual poder
continuar evolucionando. Una vez que un módulo lunar ha
quedado deshabitado por completo, la fuerza de atracción
ejercida por el planeta-madre comienza a disminuir, por lo que su
órbita se ensancha progresivamente hasta ser expelido
fuera del ámbito del sistema solar para, en un segundo
paso, desintegrarse en el espacio interestelar y ser disuelto en
el Caos.
Las leyes jehovísticas son, sin duda, leyes de rigor,
duras y difíciles de cumplir, por lo que con ellas son
prescritos dolores y consiguientes sufrimientos para sus
transgresores, ya que, desde el primer momento de su
implementación han supuesto y suponen un enfrentamiento
entre el temor de Dios y los deseos de la carne del hombre.
Así se instauró el "pecado" en el mundo.
Recordemos, como acontecimiento fundamental en el decurso humano,
que fue en la Época Lemúrica, en sus comienzos,
cuando la luna fue arrojada al espacio procedente de este
planeta-madre, la Tierra. ¿ Por qué ? La necesidad
devino del grado de cristalización en que habían
incurrido los rezagados durante el período Terrestre,
hasta tal punto, que se hizo necesario "sacarlos" al espacio
exterior a fin de que el conjunto total que habitaba la Tierra no
cristalizase de igual forma y, en consecuencia, pudiese la
inmensa mayoría de la Humanidad proseguir el camino
evolutivo. Preguntémonos más aún: ¿
quiénes son los rezagados, quiénes los
transgresores y qué les espera ? Ello dio comienzo en el
denominado "Jardín del Edén", cuando los seres
humanos de entonces presentaban una conformación –
física y espiritual – muy distinta a la de los actuales.
"Jardín del Edén" hace alusión a cuando el
hombre tenía una conciencia ampliamente vívida en
los mundos invisibles, en los cuales compartía aún
la visión celeste de las Jerarquías Creadoras y la
certidumbre de que era hijo de Dios y, por contra, apenas
disponía de percepción alguna del mundo material en
que en realidad vivía y se desarrollaba, motivo por el
que, una vez que le sobrevenía la muerte, tenía
lugar en él una solución de continuidad de
conciencia puesto que, ante el hecho de reemplazar un cuerpo
físico por otro, ni siquiera podía percibir los
cambios a que había lugar; era el tiempo en el que
teniendo en cuenta líneas interplanetarias propicias
– fundamentalmente las del Sol y la Luna – el
incipiente ser humano, y una vez al año, era guiado en
masa por los ángeles hacia la parte oscura de la luna,
donde en lugares sagrados, a modo de templos, se procedía
al apareamiento de forma inocente y prácticamente
inconsciente del acto que se llevaba a cabo. Lo que
todavía denominamos como "Luna de miel" no vendría
a ser sino reminiscencia de semejantes viajes
ancestrales.
Y, asimismo, fue precisamente en este tiempo cuando tuvo lugar la
tan llevada y traída "tentación de Eva", hecho
éste que sólo a grandes rasgos procuraremos dejar
ahora delineado aquí: los Ángeles Caídos
eran – y algunos aún lo son – rezagados dentro de su
correspondiente oleada de vida. Estos ángeles, junto a su
jefe, Lucifer, – espiritualmente el más elevado
ángel después del mismo Jehová – tras haber
sido derrotados previamente en la guerra de los
cielos por Miguel y sus huestes, habían sido apartados y
recluidos en Marte, con pérdida de los beneficios propios
de la evolución que en su orden normal les hubiera
correspondido. Por tanto, en dicho momento, estos ángeles
caídos se encontraron en un status de extrema dificultad
para poder seguir evolucionando: por un lado, no podían
seguir a sus compañeros auténticos; pero, por otro,
al no se hombres, puesto que en su etapa evolutiva nunca
habían llegado a descender a nuestro plano de densidad material
y por tanto lo desconocían; se hallaban en consecuencia a
medio camino entre el hombre – si bien muchísimo
más avanzados – y sus propios ex-compañeros.
De ahí que, y como medio de adquirir experiencias que les
permitieran evolucionar a sí mismos y eludir semejante
estado de postración, recurrieran a penetrar en el canal
serpentino de la mujer, canal
espinal o columna vertebral – de ahí la
visión que la mujer tuvo de
ellos, en forma de serpiente – y acceder a su conciencia, a
través de la cual se propusieron hablarle en definitiva
"¿ No sabéis – dijeron a la mujer – que si
queréis podéis ser inmortales como Dios, porque
aunque comáis del fruto prohibido no moriréis
porque podréis construir nuevos cuerpos ?" Con lo que con
su advertencia comunicaron al hombre la posibilidad de darse
cuerpos físicos a sí mismos a fin de ir
tomándolos sucesivamente cuando perdiera el antiguo, que
por cierto ocurría muy a menudo y con extrema facilidad.
El resultado fue que la norma impuesta por Jehová,
consistente en que podían "comer" del fruto de todos los
árboles
del Paraíso a excepción del denominado Árbol
del Conocimiento del Bien y del Mal, a partir de entonces fue
transgredida no sólo de forma creciente sino
multitudinaria, hecho éste que habría de conducir
progresiva e irreversiblemente a que el hombre concentrara la
conciencia en el mundo material con la consiguiente
pérdida, cuando no el olvido total, del contacto directo y
la visión celeste de las Jerarquías Creadoras de
que había gozado hasta entonces. Una vez centrada su
visión y conciencia en el mundo denso en que nos
encontramos, el mundo propiamente material, perdido "su estado de
original pureza e inocencia" y llegado que fuera hasta
aquí, ello iba a implicar que inevitablemente y por vez
primera se encontraría cara a cara con el dolor y la
muerte. ¿ … y por qué el dolor y la muerte ?
Sencillamente porque, dada su ignorancia al efectuar el acto de
la generación sin atenerse a las líneas propicias
para llevar posteriormente a cabo un parto sin
dolor, éste, en su consecuencia, devendría
difícil y doloroso, al tiempo que el hecho de la muerte se
le habría de presentar como calamidad, cual pérdida
inaudita de la que anteriormente no había tenido idea ni
constancia alguna. Por tanto, la solución de continuidad
en su conciencia quedaría interrumpida entre una muerte,
con la pérdida de su cuerpo, y su nuevo acceso a la vida
mediante la siguiente encarnación, retorno que conlleva en
sí mismo, efectivamente, la necesaria construcción
de un cuerpo nuevo.
Así, pues, la popularmente denominada maldición de
Jehová no fue tal en ningún caso para el hombre o
hacia el hombre; sus palabras no fueron sino anunciadoras de un
estado ciertamente nuevo, sí, pero consistente en haber
abierto los ojos físicos y descubrirse desnudos – es
decir, su propia constatación anatómica y
fisiológica – con la consiguiente inminencia de tener que
afrontar, aun de forma dramática, pero precisa, este
designio de andar errante por la Tierra, ganarse el pan con sudor
y tener que parir los hijos con dificultad y dolor.

 

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